
La palabra procede de la forma dialectal andaluza “tonada”, que en su aspecto folklórico equivale a canto tradicional, a copla popular y éste del lat. tonus. Su origen se atribuye a las provincias de Cádiz y Sevilla.
Su composición es bastante simple y se construyen mediante 4 versos octosílabos, con rima asonante el segundo y cuarto y que en ocasiones se remata con un terceto imperfecto. A continuación destacamos dos ejemplos:
Toná grande de Tío Luis el de la Juliana
«Yo soy como aquel buen viejo»
Toná del Cristo
«Ministro de Cristo»
Hablar de fechas puede ser una tarea ardua pero podemos fechar alrededor de 1770 como momento en el que comenzaron a cantarse y a difundirse las tonás, pues en esta época vivía uno de sus mayores exponentes, el jerezano Tío Luís de la Juliana. Jerez de la frontera y Cádiz fueron foco originario de esta disciplina, llegando en 1830 a evolucionar y dar paso a las seguiriyas. Paralelamente a este foco gaditano existió un segundo en el arrabal trianero (Sevilla), en el cual su evolución fue tan estanca que conservó su genuino sabor arcaico.
Al tratarse del cante más primitivo carece de acompañamiento musical y de baile. Engloba a los martinetes, deblas y carceleras. Bajo el nombre genérico de tonás, se agruparon los cantes sin guitarra, o mejor dicho, todos los cantes llamados sin guitarra eran tonás que, por circunstancias simples y lógicas dentro del marco de su ambiente (su interpretación en la cárcel o en la fragua) dieron lugar a las denominaciones de carceleras y martinetes, denominaciones que hacia 1850 empiezan a popularizarse, por lo cual no es de extrañar que muchas de las más viejas tonás, de las que sólo nos ha quedado el recuerdo tradicional o la cita literaria, se escuchen bajo un tipo determinado de martinete.
Las saetas no se consideran estrictamente un estilo independiente y sólido, sino que se ejecutan a partir de seguiriyas, martienetes, deblas y carceleras, teniendo una temática religiosa.